sábado, 7 de agosto de 2021
ME GUSTA CUANDO BAILAS...
Me gusta cuando bailas…
No todo es mirar y criticar, la vida necesita una infusión de sinceridad cada tanto. Para algunos tal vez sea irrelevante. Para mí, fue un lento proceso, una transición voluntaria, no me di cuenta pero en algún momento deje de ser tan estructurado a la vista de algunos. Le echare la culpa con el tiempo a qué hay quienes viven pendientes de una supuesta insinuación en lo que se habla o en lo que se escribe. Tal vez esa postura solo les sirva para resaltar un pequeña virtud personal que creen tener a favor y si esto es verdad entonces ¿Por qué con animosidad nos rodeamos de gente muy introvertida que no lo admite? He capturado la secuencia en la que algunos guardan un silencio prolongado cuando les cuentas algo y no se trata de un respetuoso espacio sino que toman una postura inusual en ellos y esto es en referencia a su personalidad. Quiero decir que se sumergen en un aura intelectual esperando un pestañeo como observadores compulsivos de todo lo que les parece que supuestamente no suena bien. Y no vayas a bajar la mirada porque entonces si tendrá la certeza que algo escondes bajo la alfombra. Una inesperada sesión de análisis cognitivo, en manos de una irresponsable criatura.
Ella bailaba delante de mí, estaba descalza pero extrañamente parecía que lo hacía al son de una melodía que sonaba en su mente. Su cabellera larga y rubia se movía en el vaivén de su cuerpo. Seguramente no pasaba de los treinta años. En el giro delicado de su baile me miraba de lado y sonreía. Llevaba puesto un vestido con florcitas pequeñas, rojas y azules. Dio un último giro mirándome de frente y así se fue bailando con sus manos levantadas por un camino hasta que la perdí de vista. Me desperté, había sido un sueño. Mire la hora y era ya tiempo de volver del almuerzo a mi lugar de trabajo. Me había recostado en el césped y allí quede profundamente dormido. Al otro día, al amanecer, ella murió. Mi madre muy joven en mis sueños vino a despedirse de mí. Me dio paz saber que su figura se perdió en un camino brillante, las calles de oro me refieren su destino, ella iba al encuentro de su amado. Aun recuerdo ese día soleado y aquel sueño casi tangible que significaba una despedida real y un adiós ficticio, cuando ella bailó para mí...yo fui feliz. Aunque el silencio prolongado del lector haya encontrado sutilezas sospechosas en el inicio del relato, solo sé que soy sincero, cada tanto; mirando la vida como quien sabe que algún día andaremos por ese camino sin vestigios de nada que nos recuerde dolor. No todo es mirar y criticar, la vida nos necesita.
David Fernández
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