LA
MUJER MÁS LINDA DEL MUNDO
No hay un día determinado en
la vida de una mujer, en el que ella por decisión propia deja de usar
maquillaje. Me refiero al hermoso hábito en la juventud, de cuando ellas sienten
que les ha llegado el tiempo de comenzar a verse más bonitas y entonces ahí las
tienes, rímel, rouge, bojouterie, etc. Una ceremonia frente al espejo de pasar
el cepillo en la cabellera de hasta cien veces (literal, las mujeres de antes
no sabían nada de planchitas para el pelo) y que es parte de una cultura que no
se hereda, solo se lleva a cabo.
Cuando una mujer anciana, se pinta los labios
o se pone sombra sobre sus parpados frente al espejo, algo no está bien en
ella. Uno llega a pensar que tal vez tiene algún trastorno psicológico y no le
dices nada solo por educación. Las arrugas en el rostro ya no permiten la
estética facial, no en esta edad, es algo que ha quedado en el pasado y no
debería repetirse.
Cuando voy a la casa de mi
madre para visitarla, la busco por todos lados hasta encontrarla. Cierta vez la
halle en su habitación como tantas veces acostumbraría a estar, en la soledad que
toda mujer se permite en un reducido pero merecido espacio de descanso. Un breve
paréntesis en el que se analiza físicamente preguntando al aire mismo “¿por dónde
se está yendo mi juventud?” El alhajero abierto, collares y aretes de fantasía,
pulseras y alguno que otro anillo, conforman su tesoro más preciado. Aquello
que es insignificante para otros para ella significaba una dimensión del alma. Nunca me
reprocho que yo la descubriera con sus labios pintados y espolvoreando sus
pómulos. Probándose aros que tenían un lindo tono y que le animaban a preguntarme
como si yo fuese un espectador irrelevante “estos aros me quedarían bien con mi blusa de
color salmón ¿verdad?” Y yo solo le
entregaba una sonrisa de aprobación, mientras ella presionaba sus labios, para
acomodar simétricamente el color elegido.
Luego de mirarse de perfil y
de frente como en una sesión fotográfica, tomaba un frasco de crema y comenzaba
a desmaquillarse murmurando suavemente “estoy fea”…”estoy vieja”. Yo la
abrazaba y le daba un beso diciéndole “No diga eso mi reina”. Luego todo volvía
a sus cauces, el alhajero volvía a cerrase para abrirse tal vez dentro de un largo
tiempo ¿Cuántas veces lo habría hecho desde su juventud?
Esa noche los recuerdos
recientes me despertaron en la madrugada tan solo para recrear la imagen de una
mujer frente al espejo. En las horas en la que el alma esta sensible, su voz
como un susurro era solo un monologo para
mí, fue entonces que como en una realidad mágica, volví a ser un niño al borde
de la muerte y ella estaba a mi lado, como siempre desde que tengo memoria.
Ella, para tomar mi mano de manera fuerte y hacerme sentir seguro. Ella, para
sacarme de la desesperación con mirada firme, secando mis lágrimas con sus
manos, como quien tiene piel que absorbe el dolor y lo hace propio. Tantas
veces ausente a la hora del almuerzo, su figura era de esporádicas apariciones,
pero cuando yo mejoraba en la salud, entonces volvía al hogar para ocupar el
sitio que completaba la postal familiar. Ella, tan decidida a enfrentar la tormenta,
solo por mí y sobrellevar mi estado crítico, hasta que todo hubiese pasado y pasó;
y yo estuve bien. Finalmente su juventud se hizo volátil entre los pasillos de
algunos hospitales a lo largo de tantos años y fue un pestañeo que ella revivía
al abrir su alhajero e imaginarse bella físicamente. Como cuando era aun una
joven que comenzaba a escribir desde el anonimato la historia que a nadie le
interesaría: “Había una vez una familia…” Comprendí cómo fue que renuncio a una
parte de su femineidad solo por la aventura de ser mamá. El trailer de una
película que ya estaba olvidando me hizo admitir en mi desvelo, que yo tenía
mucho que ver en esa mirada de ojos tristes. Yo le había robado el tiempo de su
piel tersa y suave, del singular hábito de la belleza ficticia que no se hereda
y que solo se lleva a cabo. Ese alhajero era la llave que abría la puerta desconocida
de su corazón en donde guardaba este secreto.
Nunca nadie reparo en esto y yo lo descubrí como un espectador irrelevante. Ella
era mucho más que un perfume y una linda sonrisa; mucho más que un beso o una
caricia que sanó mi alma. Era el verbo amor hecho madre, la mujer más linda del
mundo.
DAVID FERNANDEZ