jueves, 14 de marzo de 2013



Estado de Texas  1880 
capitulo 2

        El escape de vapor de la locomotora los envolvió esa mañana en una cortina volátil, y  ellos sabían que era la indeseada  señal de una partida. Como toda despedida, envuelta en un halo de incertidumbre mezclada con cierta improvisación. Se dieron un abrazo respetuoso, no era lo que hubieran deseado, pero no quedaba otra cosa que hacer. Las mejillas y los abrazos se funden en el recuerdo, pero que finalmente no es cierto, nunca se vio que eso suceda, menos en un adiós.
Ella seca sus lágrimas con un pequeño pañuelo. La estación del ferrocarril  acumula escenas de este tipo, con gente común y cada cual  vive algo singular.
─ No será sencillo para mi…─  Le dice ella descubriendo y dejando ver tímidamente su rostro, bajo el delicado sombrero que la cubre del sol.
─ Volveré te lo prometo, tal vez… no sea este nuestro tiempo. Te escribiré… Le dice el.
─  Es que…hay algo que tengo que decirte ─ Ella es tan insegura  de sus actos al punto de sentir el ahogo en su pecho que la inmoviliza. Un aura inanimado se postra ante ellos como mediador, para rogarle al tiempo y a las ocasiones por un minuto de indulgencia, algo que no se entrega porque si a nadie. El silbato implacable le hace volver de la glorieta angelical de sus sueños.
Reacciono con un pequeño sobresalto en aquello que la interrumpió,  el ruido de la campanilla  del guarda que se agita en el vaivén y el silbato del tren anunciando la marcha de la maquina. “Las palabras pendientes nunca mueren”, le recuerda el aura al tiempo, “son las que sobreviven, las que buscaran sus cumplimiento”, aun desde un tren en movimiento el corazón dice lo que siente…y le tiempo le replica que,” se termino el tiempo”
─ ¡¿Quisieras ser mi esposa, Amanda?!... ¡¿te casarías conmigo?!...¡¿Lo harías Amanda?! Los gritos del viajero en el avance del tren arrastran la tímida carrera de la joven.
─ ¡Claro que si!... ¡te amo!... ¡ ¡Clem! Ella le dice al fin aquello que esperaba decirle, pero
el ruido no deja oír sus palabras. El hace un gesto, pero en verdad no entendió nada.
¡Te escribiré!..¡Volveré!.─ le dice el, extendiendo  su mano.
 ─  ¡No olvides que te amo y  siempre te amare!...no lo olvides mi querida Amanda… ─ esto ultimo fue un susurro para si mismo.
     Mientras la maquina se aleja, ella levanta del piso el sombrero de Clem. Lo había perdido en la partida y Amanda lo estrujo en su pecho a manera de trofeo; solo como un recuerdo íntimo.
Ausencia física…ella lo ha comprobado. Labios tímidamente abiertos que reciben una lágrima, dejando ver sus dientes perlados. Seca su rostro, nadie debe saber que ha llorado.
El silbo apacible del silencio en medio del ruido y el timbre de esa voz atesorada que resuena en el eco de sus emociones mas profundas; le confirman lo que sospechaba desde niña...los abismos del alma  existen.
Despojo involuntario…yermo instantáneo, la capacidad humana de diseñar la geografía del ser interior es sobrenatural, pero cierto.
     La fiebre del oro se había desatado en Denver, Colorado, es el destino de la locomotora.  La noticia se había esparcido por los alrededores y muchos hombres dejaron sus hogares para ir en busca de una quimera. Aquella mañana la estación estaba abarrotada de gente, niños que corren de aquí para allá, mujeres lloronas y madres apenadas. Cualquiera creería que la misma novedad les hacia ver el oro brillar en el horizonte. Pero todo es una fantasía, un mundo de fortunas ilusorias. Tal vez unos pocos lo logren y vuelvan con sus bolsillos llenos, pero eso sigue siendo puro azar. La llegada del ferrocarril haría más rápido el traslado hasta Colorado. Norteamérica es una tierra que ofrece la suerte de encontrar un tesoro a cualquiera que quiera hallarlo.
     Amanda tiene en sus venas, sangre de burguesías aristocráticas, pero extrañamente su alma nunca encajo allí, su infancia y adolescencia se nutre de matices que solo encuentra entre la gente común. El haber emigrado hacia el nuevo continente le ha llevado a una madurez temprana. Pertenecer a una cierta clase social ya le sabia a hastió, por lo menos para ella y siente que tarde o temprano deberá pagar un precio por ello.
Como que esto también  que acaba de suceder, el de estar aquí entre el populacho, fuese una potencial mancha que no se puede esconder donde la seda, el perfume y el refinado protocolo de escuelas privadas podría aceptar. Mucho menos  el desagrado que sus padres hoy le demuestran cual si ella fuese una excluida. Por  eso mientras camina por el andén con el rostro inclinado, levanta disimuladamente la mirada, porque sabe  que se encontrara nuevamente con ellos y que además están visiblemente disgustados. Observa que su padre ensaya aquello que le dirá cuando llegue hasta ellos, pero sus pensamientos están trepados viajando en la estela de vapor de un tren. De contexto, la imagen de la estructura, remaches fuertes y cabreados metálicas anidados por palomas, son testigos de un reproche reiterado que la hermosa Amanda olvidara mañana.
En la entrada principal a la estación del ferrocarril, el carruaje los espera,  ella sigue inmersa en el mundo privado que nació hace más de un año, cuando Clement Guttman se cruzo en su camino. Un joven  que hace instantes se marchaba a una tierra que tal vez se formaría entre fundamentos de sueños colonizadores que esconden bajo la alfombra, el exterminio masivo de los verdaderos dueños de la tierra. Una convulsionada Norteamérica en ciernes, una marca distintiva que trajeron del viejo continente aquellos mismos que la habían descubierto, lo que se había heredado por genética, llevaría siglos de enfrentamientos políticos y sociales.
Mientras el sonido del carruaje hace honor a la palabra fastidio, ella los alaba, por filtrar la reprimenda paternal.
─ ¡Que hayamos venido contigo, no te de a pensar que estamos de acuerdo con la relación que tienes con este sujeto!, lo hicimos a fin de evitar que cometieras alguna tontería… ¡¿me estas escuchando Amanda?! ─ Ella atina a mirarlo de lado, lo que se entiende como una respuesta.
 ─ ¡Aun no comprendo como te fuiste a enredar con un hombre así!...un peón aventurero y además… ¡protestante! — Sus palabras están acompañadas con un gesto que se acrecientan en sus facciones y se entiende por repugnancia.
─ ¡Tendría que darte vergüenza!, corriendo detrás de un hombre. Esto no hace bien a nuestra clase, no haces honor a tu apellido.
     Ella no lo miro mas, apoyo su cabeza en el costado de la ventanilla, mientras acariciaba el sombrero que levanto del piso; agosto de 1880 seria la temporada más larga y solitaria… para ella.


Abuelo… ¿Gutman finalmente encontró oro en Denver? La mañana era una vislumbre de figuras y formas que invitaban a restaurar muchos años de silencio, en apenas unas pocas horas.
¿Qué si lo halló?, si, créelo, pero no en Denver… ¿has encontrado alguna vez oro en la basura muchacho? ¿Me creerías si te digo que estas parado en el mismo lugar donde lo halló?
Freddy bajo su mirada como descubriendo un lugar místico. Sonrió.
Tranquilo…dijo el ancianosiéntate, hay todavía un largo camino que recorrer…

Fragmento tomado del libro” Yo vi morir un ángel” autor: David Fernandez



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