Estado de Texas 1880
capitulo 2
capitulo 2
El escape de vapor de la locomotora los
envolvió esa mañana en una cortina volátil, y
ellos sabían que era la indeseada
señal de una partida. Como toda despedida, envuelta en un halo de
incertidumbre mezclada con cierta improvisación. Se dieron un abrazo
respetuoso, no era lo que hubieran deseado, pero no quedaba otra cosa que
hacer. Las mejillas y los abrazos se funden en el recuerdo, pero que finalmente
no es cierto, nunca se vio que eso suceda, menos en un adiós.
Ella seca sus
lágrimas con un pequeño pañuelo. La estación del ferrocarril acumula escenas de este tipo, con gente común
y cada cual vive algo singular.
─ No será sencillo
para mi…─ Le dice ella descubriendo y
dejando ver tímidamente su rostro, bajo el delicado sombrero que la cubre del
sol.
─ Volveré te lo
prometo, tal vez… no sea este nuestro tiempo. Te escribiré…— Le dice el.
─ Es que…hay algo que tengo que decirte ─ Ella
es tan insegura de sus actos al punto de
sentir el ahogo en su pecho que la inmoviliza. Un aura inanimado se postra ante
ellos como mediador, para rogarle al tiempo y a las ocasiones por un minuto de
indulgencia, algo que no se entrega porque si a nadie. El silbato implacable le
hace volver de la glorieta angelical de sus sueños.
Reacciono con un
pequeño sobresalto en aquello que la interrumpió, el ruido de la campanilla del guarda que se agita en el vaivén y el
silbato del tren anunciando la marcha de la maquina. “Las palabras pendientes
nunca mueren”, le recuerda el aura al tiempo, “son las que sobreviven, las que
buscaran sus cumplimiento”, aun desde un tren en movimiento el corazón dice lo
que siente…y le tiempo le replica que,” se termino el tiempo”
─ ¡¿Quisieras ser mi
esposa, Amanda?!... ¡¿te casarías conmigo?!...¡¿Lo harías Amanda?! — Los gritos del
viajero en el avance del tren arrastran la tímida carrera de la joven.
─ ¡Claro que si!...
¡te amo!... ¡ ¡Clem!— Ella le dice al fin aquello que esperaba decirle, pero
el ruido no deja oír
sus palabras. El hace un gesto, pero en verdad no entendió nada.
— ¡Te escribiré!..¡Volveré!.─ le dice el,
extendiendo su mano.
─ ¡No
olvides que te amo y siempre te
amare!...no lo olvides mi querida Amanda… ─ esto ultimo fue un susurro para si
mismo.
Mientras la maquina se aleja, ella levanta
del piso el sombrero de Clem. Lo había perdido en la partida y Amanda lo
estrujo en su pecho a manera de trofeo; solo como un recuerdo íntimo.
Ausencia física…ella
lo ha comprobado. Labios tímidamente abiertos que reciben una lágrima, dejando
ver sus dientes perlados. Seca su rostro, nadie debe saber que ha llorado.
El silbo apacible del
silencio en medio del ruido y el timbre de esa voz atesorada que resuena en el
eco de sus emociones mas profundas; le confirman lo que sospechaba desde
niña...los abismos del alma existen.
Despojo
involuntario…yermo instantáneo, la capacidad humana de diseñar la geografía del
ser interior es sobrenatural, pero cierto.
La fiebre del oro se había desatado en
Denver, Colorado, es el destino de la locomotora. La noticia se había esparcido por los
alrededores y muchos hombres dejaron sus hogares para ir en busca de una
quimera. Aquella mañana la estación estaba abarrotada de gente, niños que
corren de aquí para allá, mujeres lloronas y madres apenadas. Cualquiera
creería que la misma novedad les hacia ver el oro brillar en el horizonte. Pero
todo es una fantasía, un mundo de fortunas ilusorias. Tal vez unos pocos lo
logren y vuelvan con sus bolsillos llenos, pero eso sigue siendo puro azar. La
llegada del ferrocarril haría más rápido el traslado hasta Colorado.
Norteamérica es una tierra que ofrece la suerte de encontrar un tesoro a
cualquiera que quiera hallarlo.
Amanda tiene en sus venas, sangre de
burguesías aristocráticas, pero extrañamente su alma nunca encajo allí, su
infancia y adolescencia se nutre de matices que solo encuentra entre la gente
común. El haber emigrado hacia el nuevo continente le ha llevado a una madurez
temprana. Pertenecer a una cierta clase social ya le sabia a hastió, por lo
menos para ella y siente que tarde o temprano deberá pagar un precio por ello.
Como que esto
también que acaba de suceder, el de
estar aquí entre el populacho, fuese una potencial mancha que no se puede
esconder donde la seda, el perfume y el refinado protocolo de escuelas privadas
podría aceptar. Mucho menos el desagrado
que sus padres hoy le demuestran cual si ella fuese una excluida. Por eso mientras camina por el andén con el
rostro inclinado, levanta disimuladamente la mirada, porque sabe que se encontrara nuevamente con ellos y que
además están visiblemente disgustados. Observa que su padre ensaya aquello que
le dirá cuando llegue hasta ellos, pero sus pensamientos están trepados viajando
en la estela de vapor de un tren. De contexto, la imagen de la estructura,
remaches fuertes y cabreados metálicas anidados por palomas, son testigos de un
reproche reiterado que la hermosa Amanda olvidara mañana.
En la entrada
principal a la estación del ferrocarril, el carruaje los espera, ella sigue inmersa en el mundo privado que
nació hace más de un año, cuando Clement Guttman se cruzo en su camino. Un
joven que hace instantes se marchaba a
una tierra que tal vez se formaría entre fundamentos de sueños colonizadores
que esconden bajo la alfombra, el exterminio masivo de los verdaderos dueños de
la tierra. Una convulsionada Norteamérica en ciernes, una marca distintiva que
trajeron del viejo continente aquellos mismos que la habían descubierto, lo que
se había heredado por genética, llevaría siglos de enfrentamientos políticos y
sociales.
Mientras el sonido
del carruaje hace honor a la palabra fastidio, ella los alaba, por filtrar la
reprimenda paternal.
─ ¡Que hayamos venido
contigo, no te de a pensar que estamos de acuerdo con la relación que tienes
con este sujeto!, lo hicimos a fin de evitar que cometieras alguna tontería…
¡¿me estas escuchando Amanda?! ─ Ella atina a mirarlo de lado, lo que se
entiende como una respuesta.
─ ¡Aun no comprendo como te fuiste a enredar
con un hombre así!...un peón aventurero y además… ¡protestante! — Sus palabras están
acompañadas con un gesto que se acrecientan en sus facciones y se entiende por
repugnancia.
─ ¡Tendría que darte
vergüenza!, corriendo detrás de un hombre. Esto no hace bien a nuestra clase,
no haces honor a tu apellido.
Ella no lo miro mas, apoyo su cabeza en el
costado de la ventanilla, mientras acariciaba el sombrero que levanto del piso;
agosto de 1880 seria la temporada más larga y solitaria… para ella.
― Abuelo… ¿Gutman finalmente encontró oro en
Denver? ―
La mañana era una vislumbre de figuras y formas que invitaban a restaurar
muchos años de silencio, en apenas unas pocas horas.
― ¿Qué si lo halló?, si, créelo, pero no en
Denver… ¿has encontrado alguna vez oro en la basura muchacho? ¿Me creerías si
te digo que estas parado en el mismo lugar donde lo halló?
Freddy bajo su mirada
como descubriendo un lugar místico. Sonrió.
― Tranquilo…―dijo el anciano― siéntate, hay
todavía un largo camino que recorrer…
Fragmento tomado del
libro” Yo vi morir un ángel” autor: David Fernandez