VALLE
ESCONDIDO
“Habían
transcurrido casi tres días de viaje. Clem solo atina a mirar por la ventanilla
del ferrocarril y su divagar es nostálgico. Preguntas sin respuestas generadas en su
propia imaginación. Un coloquio que ya conoce. Por momentos el cansancio es
inevitable y esta somnoliento. Finalmente se duerme…y su estado de sueño profundo
lo lleva a un lugar en el que nunca estuvo. Pero es un sueño. Una gran ciudad
donde la gente se esconde y lo maldicen al verlo llegar, un sitio donde nadie
puede reír; donde está prohibido ser feliz. El sol nunca sale allí, solo
sombras amenazantes que gobiernan las vidas. Al final de aquel camino hay un
precipicio y alguien esta peligrosamente por caer. Una figura se vislumbra a la
distancia y entonces comienza a correr desesperadamente. Quiere salvarla pero
no lo logrará. Antes de verla caer al vacío, puede ver su rostro, es ella, es
Amanda…la llama a gritos. ¡Amanda!
¡Amanda!..
― ¡Señor!… ¡señor! ¿Se siente usted bien? ― Se
despertó agitado y una mujer está frente a él, preocupada.
― ¿Qué?
― Que si se siente bien…estaba durmiendo y pronuncio
un nombre, lo escuche perfectamente, usted llamo a una mujer.
― ¡Ah!...estoy bien, gracias, fue solo un sueño…un
sueño extraño. ― Clem noto que esta mujer sentía una curiosidad inusual y no le
quitaba la mirada, pero no se hablaron por un buen momento. Ella abrió su bolso
e hizo como que buscaba algo insistentemente. Cuando al fin pudo hallarlo se quedó
inmóvil y casi ni pestañeaba. Un bello reloj que además tenía una pequeña foto
en su interior. Luego ella dejo caer algunas lágrimas y las secó
disimuladamente.
― ¿Por qué era extraño su sueño? ― El, se turbó con
la pregunta porque ella no lo mira a los ojos.
― ¿Perdón?
― Que porque cree que su sueño era un tanto
extraño.― Esperó para responder.
― Es que nunca estuve en un lugar así…tan sombrío con gente
temerosa y mala. ― La mujer volvió a quedar en silencio y pensativa. Miraba a un punto fijo y a la
nada. Ahora Clem siente curiosidad por la actitud de ella.
― ¿Sucede algo?― Ella se frota ambos brazos y se
abraza a su bolso.
― Vivo en ese lugar…en realidad el lugar donde viví
mucho tiempo era así…no creo que haya cambiado. Allí voy, con una misión.
Recuperar a mi hija. Créame si le digo que Valle Escondido es un lugar malo.
Sus creencias, sus costumbres y la malicia de la gente terminaron por cansarme.
Fue malo para mí, por eso nos fuimos de ese lugar. Pero Marion, así se llama mi
hija, Marion Donovan; se quedó y no quiso venir con nosotros aquella vez. Esta
es ella. ― Volvió a sacar aquel reloj y la pequeña foto era de su hija.
― Ella vivió en aquel tiempo una aventura con un
hombre casado y estaba perdidamente enamorada de él.
Clem comprendió que esta mujer estaba muy triste por
ella, reflexiona y quiere decir algo, pero se inhibe, no sabe si servirá de mucho lo que diga. La mujer
vuelve a buscar aquel reloj y suspira. Acaricia el mismo como si realmente
alguien pudiera sentir su mano, pero el rostro en la pequeña foto no es
tangible, aunque ella crea que si lo es.
― ¿Puedo confesarle algo? señor…señor
― Gutman, Clem Gutman.
― Creo que no lo lograre, Marion… no volverá
conmigo, lo presiento. Supe recientemente…
Vuelve a
sollozar tenuemente y agacha su cabeza poniendo sus dedos en la nariz.
― Que ella…que ella se ha vuelto una cualquiera ¿me
entiende usted? Se ha vuelto una maldita ramera. Esto es algo que me movió a
venir a buscarla, pero siento temor; me entiende usted ¿verdad?
Nuevamente el silencio habló por ellos un buen rato.
Como si la esperanza hubiera muerto para ambos, como si el ferrocarril hubiese
entrado en un túnel sin tiempo, donde solo las tinieblas gobiernan los temores
propios de gente insegura.
― ¿A dónde se dirige usted señor Gutman?
― Voy a Denver…dicen que hay oro allí, de hecho,
alguien encontró una pepita del tamaño de un huevo de paloma, que solo hay que
buscarlas y están para cualquiera. Sí señor, seré el hombre más rico que el
oeste haya conocido…allí voy.
En las próximas horas ella acomodó su pequeño equipaje,
volvió a buscar por centésima vez algo en el bolso. Nuevamente abrió el hermoso
reloj dorado y lo acaricio. Luego extendió su mano y saludo a Clem,
agradeciéndole por haberla escuchado incondicionalmente. El tren se detuvo en
el lugar que ella había pedido al maquinista que lo hiciera. El sitio era la
nada en medio de la nada.
Una carreta se encuentra allí quien sabe desde
cuando esperándola, con dos personas que la saludan a lo lejos. Ella baja
tranquilamente y nuevamente el silbato de la locomotora reanudando el viaje…”
Los dos
hombres bajo aquel pino frondoso siguen platicando. El relato antiguo se vuelve
un hibrido con el presente y ellos quedan como nuestro personaje en el
ferrocarril. Mirando a un punto fijo. El joven Freddy espera que su abuelo
rompa el débil hielo de lo inesperado. Debía ser así. Tenía que suceder aquello
que el presente no puede revelar. La voz esperada debe emerger de la profunda e
inspirada imaginación de una mente
senil, solo voluntariamente.
― Abuelo, te quedaste meditando, o, ¿todo termino
allí? ― El hombre anciano menea la cabeza levemente haciendo una mueca con los
labios.
― Estoy bien muchacho, solo que estoy imaginando
aquel rostro…el bronceado, sudado e inmutable rostro de la desazón; mirando por
la ventanilla del ferrocarril hacia el lado inverso de donde aquella mujer
bajó, como tratando de ignorar lo que había escuchado hace instantes. Como que
ese no era su problema. Estoy tratando de recrear en mi mente aquel
momento…aquella nube de vapor que inundó el paisaje haciendo de cortina. Algo
que lentamente se fue disipando con la brisa. Los árboles fueron testigos de la
marcha del ferrocarril hasta terminar de pasar su último coche y desaparecer en
frente de ellos. La estela de vapor se esfumo finalmente por completo dejando
en evidencia la extraña figura de un hombre sin sombrero… y con una maleta.
Él había descendido allí, ¿puedes creerlo? Clem
había bajado por el lado vacilante de su corazón, luego cruzó las vías y fue al
encuentro de la carreta que esperaba bajo el cálido sol de una tarde de
primavera.
“― Pero… ¡señor Gutman!, ¿no iba usted a Denver? ―
Clem sonrío cordialmente al acercarse a ellos.― Creo que me quedare un tiempo
en Valle Escondido…”
Debe haber
sucedido así Freddy… Dios se le cruzo en el camino y cambio su boleto a Denver
por un destino hacia…hacia…eh. ¡Muchacho!, ¡Dios no siempre enciende una zarza
para llamarnos la atención! ¿Conoces la historia verdad? Me refiero a la
zarza…bueno no importa por ahora. Solo quiero pensar que Dios lo contrato para
buscar oro en donde nadie antes se atrevió hacerlo. Debió suceder
así…seguramente ¿tú qué crees?
Tomado de “Relatos breves para soñar con los ojos
abiertos” autor: David Fernández