LOS TRES VASOS
Tal vez
estaba oscureciendo temprano o las nubes cubrieron el sol a media tarde y así
lo que parecía ser algo en concreto, solo era una
apariencia. Como si todas las cosas que alcanzamos a ver,
perdieran su color natural por un filtro de opacidad que ha
contaminado la visión con algo que más parece un sueño reciente que otra
cosa.
Lo cierto es
que Manuel, sabía que cumplir el recado de su madre era más que suficiente, ya
que luego su padre no le regañaría por tener edad suficiente para
hallar un buen empleo y así no estar de haragán sin colaborar en
alguna tarea de la casa. Ya le parece escuchar el sermón paternal de cada día.
Pero Manuel tiene sus razones. Al fin y al cabo era algo sencillo, llevar tres
vasos de vidrio de esos baratos, que se compran en una feria de domingo en la
plaza del pueblo. No preguntó cómo es que estaban en casa, no le interesaba ya
que seguramente fueron prestados para una ocasión especial y había que
devolverlos pronto. Piensa que su madre es una buena madre y que no
quiere que lo regañen por el mero hecho de estar tranquilo mirando televisión y
cada tanto suele inventar algo nuevo para justificarlo delante de
quien sea. Pero eso ya no importa. Se subió a la bicicleta con la que sale cada
tanto a buscar un ocasional empleo y en el empuñadura colgó una bolsa plástica
de color verde, con sumo cuidado de no romper ninguno de los vasos, la ciñó atándola
bien fuerte, con una cuerda de hilo rojo.
Mientras pedalea no piensa si va en dirección correcta porque al momento de partir, el destino se graba en la memoria y luego instintivamente el cuerpo obedece ese dato. Por momentos acelera exageradamente para que el impulso lo lleve unos metros más sin necesidad de hacer un esfuerzo extra y luego deja las piernas quietas. Su respiración es agitada y siente como olas de calor en el rostro, los puños sudados toman de manera firme el manubrio y los dedos juegan con el mango del freno. El sabe que es solo un juego porque hace ya un tiempo que están rotos, cuando hace falta frenar, lo hace apoyando la planta de su calzado en la rueda y así regula la velocidad. Escupe a un lado y recambia la saliva, como si eso le renovara un oxigeno diferente. Un silbido repentino en sus oídos le perturba en su pensamiento y el silencio se apodera de su interior por unos segundos y piensa que debe ser por la adrenalina de ganar tiempo y regresar rápidamente a casa habiendo cumplido la misión. Retoma de manera correcta su respiración, inhalar, exhalar…por supuesto, pero no coincide para nada con la velocidad de sus piernas. Por inercia sabe que en 30 metros doblando a la derecha, saldrá de la avenida principal hacia otra avenida que le lleva de manera directa al lugar que se dirige. No lo pensó como algo premeditado y sin embargo la bicicleta parece tener vida propia al doblar una curva y cambiar de rumbo, ahora solo será cuestión de una velocidad constante. Desde allí, calcula unos 20 minutos en línea recta y lo toma en lo personal como el desafío de romper su propio récord. Al pedalear más fuerte balancea su cuerpo de un lado a otro para ejercer más presión en sus piernas, pero sus ojos por leves vistazos toman atención de los vasos que están en la bolsa para que no se rompan y piensa que tal vez hubiese sido una buena idea haberlos envuelto en papel de diario para que no se golpeen entre ellos. Se detiene a mitad de camino y no sabe porque. Mira hacia ambos lados detenidamente y se baja mientras recupera a bocanadas el aire y sigue sin entender por qué ahora está cruzando la avenida caminando y llevando a su lado la bicicleta de frenos rotos cuando aún le falta recorrer una distancia importante hasta su destino.La apoya en una pared de ladrillos rústicos a la vista, pero no es allí en donde se detiene sino en la otra casa siguiente en donde sus manos se toman del enrejado que da a la calle. Una puerta justo frente a él a unos 4 metros, se abre y de allí salen algunos adolescentes que ya vienen hablando entre ellos de manera divertida mientras se sacan fotos con sus teléfonos. Pero no reparan en Manuel que los mira y no sabe porque está en ese lugar en donde no conoce a nadie. Dos chicas que parecen gemelas llegan al lugar y se quedan detrás de él, hablan de algo en voz baja al unísono, tienen la cabellera larga y en uno de sus lados están rapadas. Visten de igual manera, tienen grandes aros en sus orejas y en sus brazos izquierdos, desde el hombro hacia el antebrazo lucen también el mismo tatuaje. Dejan de hablar y sus miradas penetrantes de ojos verdes le da un cierto escalofrió inusual y tal vez solo sea el producto de un día que amaneció nublado y lo encontró sumido en la rutina de cumplir con un favor insignificante. Manuel piensa que ya ha perdido la noción del tiempo que ha pasado desde que se detuvo a mitad de camino en un lugar impensado. Ahora voltea y se dirige hacia un lateral de la propiedad, porque escucha otras voces que solo están para llamar su atención. Descubre en su visión un lugar acondicionado como para una fiesta, una parte de un improvisado salón con butacas y mesas plásticas blancas con manteles a tono que tienen centros de mesa de arreglos florales muy sencillos. Las paredes habían sido decoradas con telas de satén color verde agua de mar, pero aun no había nadie allí, seguramente los invitados no llegaban todavía, solo un bullicio tenue era el que provenía de aquellos chicos que se estaban agrupando poco a poco. Hacia un costado del salón como si fuese algo en relación a esa fiesta habían armado una tienda y a manera de vincular ambos lugares habían extendido una alfombra roja. La tienda era rectangular en su diseño y cubierta de lienzos blancos en la parte alta y con muy delicados arreglos de flecos con borlas doradas. Se mueven con una suave brisa. Todo parecía indicar en aspecto que aquello podía ser una cámara nupcial, entonces Manuel comprendió que esto era seguramente una boda, o algo parecido a un ritual ¿Una comunidad de gitanos tal vez? Fue solo pensarlo para que apareciera la figura sensual de una mujer vestida de novia saliendo del salón. Tenía el rostro cubierto con un velo tan sutil y misterioso que hace que el contexto ya no importe tanto. El vaivén de sus caderas le ha quitado el aliento y apenas puede tragar saliva. Lleva puesto anillos que brillan tanto o más que las lentejuelas de su vestido. Dos mujeres adultas con ropas de colores llamativos la conducen a través de la alfombra, tomándola de cada mano, llevándola hacia la tienda de lienzos. Se detienen de manera sincronizada a mitad del recorrido y lo miran fijamente, Manuel al ver esto se sobresalta y voltea repentinamente con el corazón agitado, respirando por la boca pensando en su bicicleta y retomando su camino porque al final de cuenta esta no es su historia. En la secuencia siguiente no alcanza a ver, porque esta de espaldas, que el velo se movió suavemente cuando ella lo llamó por su nombre: “Manuel…Manuel”
Entonces recuerda que
la bicicleta está apoyada en la pared de la casa de ladrillos rústicos, solo
hay que dar el primer paso, tomarla y volver al camino. Entonces ve que su mano
derecha sostiene la bolsa verde plástica con los vasos de vidrio, su boca
entreabierta lo muestra desconcertado porque él nunca la había sacado del
manubrio. Ahora estaba atada en su muñeca con una cuerda de hilo rojo. Giró su
cuerpo hacia las mujeres y ella le hizo una pregunta “¿Has traído los vasos
Manuel?”
Esa voz caló
su pecho, erizo su piel, una voz tan dulce y agradable pronunció su nombre como
nunca nadie lo había hecho. Una seducción que lo deja sin reacción “Sígueme…”
le dijo ella, y el, atrapado en el encanto de esta ninfa terrenal, se fue tras
su imagen olvidando hasta el mismo rostro de su
querida madre. Ella tomó fuertemente la mano de Manuel y lo
ingresó en la cámara nupcial, donde el olor a perfume de nardo, es penetrante y
bello. Aquellas mujeres que la acompañaban desaparecieron en solo un
pestañeo como si se las hubiese tragado el mismo aire, pero esto tampoco
alcanza a ver porque sigue atrapado en una realidad mágica. La mujer vestida de
novia tomó con mucha delicadeza los vasos y hablándole sin quitarse el velo le
dijo: “Tómalos en tus manos, no dejes que caiga ninguno, no pueden romperse. No
lo entiendes ahora pero lo entenderás luego, solo recuerda, que no puedes
fallar… me quitaré el velo; solo cuida de no soltar los vasos”
Ella se
acerco aun más y apoyando seductoramente sus manos sobre los hombros de Manuel,
le susurro un secreto al oído en lengua romane, como un ruego desesperado que
le suplicaba: “Quédate conmigo”… descubrió completamente su rostro levantando
el velo. Entonces él, fue llevado en un confuso torbellino de imágenes al
pasado próximo, de su niñez, de su adolescencia y a su martirio diario que lo
subestima. Un destino premeditado que le da una apariencia física en público
que lo padece como un castigo y por la cual se siente rechazado. Su labio
leporino le margina el presente y lo anula socialmente hacia un futuro alterado
que ahora le pertenece a una mujer extraña. Siente odio ajeno que lo
ahoga en el desfile de rostros que lo discriminan, burlándose de su apariencia,
creyéndolo tan ingenuo como para no darse cuenta del escarnio. Pero de ellos,
de los que forman el circulo vicioso de gente conocida lo podía esperar, porque
no lo conocen, no saben cuánto sufrió en de su vida. Pero…¿papá?
¿Por qué te burlas de mí? Soy tu hijo… ¿Porque? Llora con gemidos contenidos
porque es dolor del alma, como que la vida le da un golpe duro en una realidad que
desconocía y de la que desea escapar para preguntarle a Dios:”
Tu, que eres tan bueno, con tu poderosa mano ¿podrías hacer de mi apariencia
un bello ángel?, ¡porque ya ves que soy tan feo!” No
pudo resistir aquella experiencia sobrenatural resumida en un segundo y fue
entonces que los vasos estallaron en pedazos cuando Manuel cayó hacia atras,
quedando tendido en el suelo mirando el cielorraso de la tienda con sus ojos
entreabiertos, nublados. Como si un filtro de opacidad hubiese quitado el
brillo natural de todas las cosas. Ella salió apresuradamente de la cámara de
amor, secando sus lágrimas, tan desdeñada, dejando su velo
sobre el rostro de Manuel.
“Ya
es tarde, no resistió, a muerto, no hay mas nada que hacer” Le bajaron los
parpados para anular el morbo que transmite una víctima en estas condiciones.
Los agentes de la policía local le preguntaban a un grupo de adolescentes por
si acaso fueron testigos del hecho ¿alguien sabe como sucedió esto?” Pero
ellos no se tomaban nada en serio y solo se divierten sacándose
fotos selfie con sus teléfonos celulares. En un costado de la avenida esta la bicicleta
retorcida debajo de las ruedas de un automóvil y en su manubrio todavía queda
una parte de la bolsa verde con restos de vidrios rotos. Lo último que se
alcanza a ver es que Manuel está cubierto con una manta blanca sobre una
camilla. Cerraron la puerta trasera de la ambulancia mientras en el lugar queda
otro agente de policía interrogando al sujeto que conducía el automóvil.
“Se lo
vuelvo a repetir señor oficial no pude evitar el accidente, el muchacho venía
manejando su bicicleta con una sola mano y perdió el control por querer sujetar
algo que se le estaba cayendo…”
Cuento
Autor: David Fernández -copyright