LOS TRES VASOS
autor: David Fernández copyright
Tal vez estaba oscureciendo temprano o
las nubes cubrieron el sol a media tarde y así lo que parecía ser
algo en concreto, solo era una apariencia. Como si todas las cosas que
alcanzamos a ver, perdieran su color
natural por un filtro de opacidad que ha contaminado la visión con algo que más
parece un sueño reciente que otra cosa. Lo cierto es que Manuel, sabía que cumplir el
recado de su madre era más que suficiente, ya que luego su padre no le
regañaría por tener edad suficiente para
tener un buen empleo y así no estar de
haragán sin colaborar en alguna tarea de la casa. Ya le parece escuchar el
sermón paternal de cada día. Pero Manuel tiene sus razones. Al fin y al cabo
era algo sencillo, llevar tres vasos de vidrio de esos baratos, que se compran
en una feria de domingo en la plaza del pueblo. No preguntó cómo es que estaban
en casa, no le interesaba ya que seguramente fueron prestados para una ocasión
especial y había que devolverlos pronto. Piensa que su madre es una buena madre y que no quiere que lo regañen por el
mero hecho de estar tranquilo mirando televisión y cada tanto suele inventar algo nuevo para justificarlo delante
de quien sea. Pero eso ya no importa. Se subió a la bicicleta con la que sale
cada tanto a buscar trabajo y en su empuñadura colgó una bolsa plástica de
color verde, con sumo cuidado de no romper ninguno de los vasos, la aseguro
bien atándola con una cuerda de hilo rojo. Mientras pedalea no piensa si va en
dirección correcta porque al momento de partir, el destino se graba en la
memoria y luego instintivamente el cuerpo obedece ese dato. Por momentos acelera
exageradamente para que el impulso lo lleve unos metros más sin necesidad de
hacer un esfuerzo extra y luego deja las piernas quietas. Su respiración es
agitada y siente como olas de calor en el rostro, los puños sudados
toman de manera firme el manubrio y los dedos juegan con el mango del freno. El
sabe que es solo un juego porque hace ya un tiempo que están rotos, cuando hace
falta frenar, lo hace apoyando la planta de su calzado en la rueda y así regula
la velocidad. Escupe a un lado y recambia la saliva, como si eso le renovara un
esfuerzo diferente. Un silbido repentino en sus oídos le perturba en su
pensamiento y el silencio se apodera de su interior por unos segundos y piensa
que debe ser por la adrenalina de ganar tiempo y regresar rápidamente a casa habiendo cumplido la misión. Retoma de manera
correcta su respiración, inhalar, exhalar… pero no coincide para nada con la velocidad
de sus piernas. Por inercia sabe que en 30 metros doblando a la derecha, saldrá
de la avenida principal hacia otra avenida que le lleva de manera directa al
lugar que se dirige. No lo pensó como algo premeditado y sin embargo la
bicicleta parece tener vida propia al doblar una curva y cambiar de
rumbo, ahora solo será cuestión de una velocidad constante. Desde
allí, calcula unos 20 minutos en línea recta y lo toma en lo personal como el
desafío de romper su propio récord. Al pedalear más fuerte balancea su cuerpo
de un lado a otro para ejercer más presión en sus piernas, pero sus ojos por
leves vistazos toman atención de los vasos que están en la bolsa para que no se
rompan y piensa que tal vez hubiese sido una buena idea haberlos envuelto en
papel de diario para que no se golpeen entre ellos. Se detiene a mitad de
camino y no sabe porque. Mira hacia ambos lados detenidamente y se baja
mientras recupera a bocanadas el aire y sigue sin entender por qué ahora está
cruzando la avenida caminando y llevando a su lado la bicicleta de frenos rotos
cuando aún le falta recorrer una distancia importante hasta su destino.
La apoya en una pared de ladrillos
rústicos a la vista, pero no es allí en donde se detiene sino en la otra casa
siguiente en donde sus manos se toman del enrejado que da a la
calle. Una puerta justo frente a él a unos 4 metros, se abre y de allí salen
algunos adolescentes que ya vienen hablando entre ellos de manera divertida
mientras se sacan fotos con sus teléfonos. Pero no reparan en Manuel que los
mira y no sabe porque está en ese lugar en donde no conoce a nadie. Dos chicas que parecen gemelas
llegan al lugar y se quedan detrás de él, hablan de algo en voz baja al
unísono, tienen la cabellera larga y en uno de sus lados están rapadas. Visten
de igual manera, tienen grandes aros en sus orejas y en sus brazos izquierdos,
desde el hombro hacia el antebrazo lucen también el mismo tatuaje. Dejan de
hablar y sus miradas penetrantes de ojos verdes le da un cierto escalofrió
inusual y tal vez solo sea el producto de un día que amaneció nublado y lo
encontró sumido en la rutina de cumplir con un favor insignificante. Manuel
piensa que ya ha perdido la noción del tiempo que ha pasado desde que se detuvo
a mitad de camino en un lugar impensado. Ahora voltea y se dirige hacia un lateral de
la propiedad, porque escucha otras voces que solo están para llamar su
atención. Descubre en su visión un lugar acondicionado como para una
fiesta, una parte de un improvisado salón con butacas y mesas plásticas blancas
con manteles a tono que tienen centros de mesa de arreglos florales muy
sencillos. Las paredes habían sido decoradas con telas de satén color verde
agua de mar, pero aun no había nadie allí, seguramente los invitados no
llegaban todavía, solo un bullicio tenue era el que provenía de aquellos chicos
que se estaban agrupando poco a poco. Hacia un costado del salón como si fuese
algo en relación a esa fiesta habían armado una tienda y a manera de vincular
ambos lugares habían extendido una alfombra roja. La tienda era rectangular en
su diseño y cubierta de lienzos blancos en la parte alta y con muy delicados arreglos
de flecos con borlas doradas. Se mueven con una suave brisa. Todo parecía
indicar en aspecto que aquello podía ser una cámara nupcial, entonces Manuel
comprendió que esto era seguramente una boda, o algo parecido a un ritual ¿Una
comunidad de gitanos tal vez? Fue solo pensarlo para que apareciera
la figura sensual de una mujer vestida de novia saliendo del salón. Tenía el
rostro cubierto con un velo tan sutil y misterioso que el contexto ya no
importa tanto. El vaivén de sus caderas le ha quitado el aliento y apenas puede
tragar saliva. Lleva puesto anillos que brillan tanto o más que las lentejuelas
de su vestido. Dos mujeres adultas con ropas de colores llamativos la conducen
a través de la alfombra, tomándola de cada mano, llevándola hacia la
tienda de lienzos. Se detienen de manera sincronizada a mitad del recorrido y
lo miran fijamente, Manuel al ver esto se sobresalta y voltea
repentinamente con el corazón agitado, respirando por la boca pensando en su
bicicleta y retomando su camino porque al final de cuenta esta no es su
historia. La secuencia siguiente no alcanza a verla
porque esta de espalda, el no vio que el velo se movió suavemente cuando ella
lo llamó por su nombre: “Manuel…Manuel”
Recuerda que la bicicleta está apoyada
en la pared de la casa de ladrillos rústicos, solo hay que dar el primer paso,
tomarla y volver al camino. Entonces ve que su mano derecha sostiene la bolsa
verde plástica con los vasos de vidrio, su boca entreabierta lo muestra
desconcertado porque él nunca la había sacado del manubrio. Ahora estaba atada
en su muñeca con una cuerda de hilo rojo. Giró su cuerpo hacia las mujeres y
ella le hizo una pregunta “¿Has traído los vasos Manuel?”
Esa voz caló su pecho, erizo su piel,
una voz tan dulce y agradable pronunció su nombre como nunca nadie lo había
hecho una seducción que lo deja sin reacción “Sígueme…” le dijo ella, y el,
atrapado en el encanto de esta ninfa terrenal, se fue tras su imagen olvidando
hasta el mismo rostro de su querida madre. Ella tomó fuertemente la mano de Manuel y lo ingresó
en la cámara nupcial, donde el olor a perfume de nardo, es penetrante y
bello. Aquellas mujeres que la acompañaban desaparecieron en solo un
pestañeo como si se las hubiese tragado el mismo aire, pero esto tampoco
alcanza a ver porque sigue atrapado en una realidad mágica. La mujer vestida de
novia tomó con mucha delicadeza los vasos y hablándole sin quitarse el velo le
dijo: “Tómalos en tus manos, no dejes que caiga ninguno, no pueden romperse. No
lo entiendes ahora pero lo entenderás luego, solo recuerda, que no puedes
fallar… me quitaré el velo; solo cuida de no soltar los vasos”
Ella se acerco aun más y apoyando
seductoramente sus manos sobre los hombros de Manuel, le susurro un secreto al
oído en lengua romane, como un ruego desesperado que le suplicaba: “Quédate
conmigo”… descubrió completamente su rostro levantando el velo. Entonces él,
fue llevado en un confuso torbellino de imágenes a su pasado próximo, de su
niñez, de su adolescencia y a su martirio diario que lo subestima. Un destino
premeditado que le da una apariencia física en público que lo padece como un
castigo y por la cual se siente rechazado. Su labio leporino le margina el
presente y lo anula socialmente hacia un futuro alterado que
ahora le pertenece a una mujer extraña. Siente odio ajeno que lo
ahoga en el desfile de rostros que lo discriminan, burlándose de su apariencia,
creyéndolo tan ingenuo como para darse cuenta
del escarnio. Pero de ellos lo espera resignado, porque no lo conocen, no saben de su vida. Pero ¿papá? ¿Por qué te
burlas de mí? Soy tu hijo… ¿Porque? Llora con gemidos contenidos porque es
dolor del alma, como que la vida le da un golpe duro en una realidad de la que
desea escapar y le pregunta a Dios:” Tu, que eres tan bueno, ¿podrás hacer de mi un
bello ángel, porque soy tan feo?”
No pudo resistir aquella experiencia sobrenatural resumida en un segundo
y fue entonces que los vasos estallaron en pedazos cuando Manuel cayó, quedando
tendido en el suelo mirando el cielorraso de la tienda con sus ojos entreabiertos,
nublados. Como si un filtro de opacidad hubiese quitado el brillo natural de
todas las cosas. Ella salió apresuradamente de la cámara de amor, secando sus
lágrimas, tan desdeñada, dejando su velo sobre el rostro de Manuel.
“Ya
es tarde, no resistió, a muerto, no hay mas nada que hacer” Le bajaron los
parpados para anular el morbo que transmite una víctima en estas condiciones. Los agentes de la policía local le
preguntaban a un grupo de adolescentes por si acaso fueron testigos del hecho
¿alguien sabe como sucedió esto?” Pero ellos no se tomaban nada en serio y solo se divierten sacándose
fotos selfie con sus teléfonos celulares. En un costado de la avenida esta
la bicicleta retorcida debajo de las ruedas de un automóvil y en su
manubrio todavía queda una parte de la bolsa verde con restos de vidrios rotos.
Cerraron la puerta trasera de la ambulancia y lo último que se alcanza a ver,
es que lo cubren con una manta blanca. Otro agente de policía sigue
interrogando al sujeto que conducía el automóvil “Se lo vuelvo a repetir señor
oficial no pude evitar el accidente, el muchacho venía manejando su bicicleta
con una sola mano y perdió el control por querer sujetar algo que se le estaba
cayendo…”