Yo vi morir un
ángel
Capitulo 1
El aire se mezcla con el sol, el sol calienta la tierra. La tierra vuelve a repetir la novedad de algo diferente, el día se abre paso en un suspiro tamizado, escabulléndose turbado entre las hojas; dibujando los primeros rayos matinales. Será un gemido imperdible de la creación como nunca …como ayer, irrepetible, la noche cierra sus ojos y huye, nace el día efímero para volver a ostentar la misma pregunta ¿alguien puede abrazar el tiempo pasado y evitar palpar sus heridas?
El automóvil se detuvo cerca de un puesto de venta de periódicos, un Chevrolet
Bel Air 1957, de color rojo que resaltaba por ser nuevo. Sus paragolpes
cromados y esa típica banda blanca en sus neumáticos era un regalo extra en el
temprano paisaje ciudadano. El motor sigue encendido.
Corazones que laten
en el afán diario de atrapar lo mejor del día.
Cazadores furtivos de
rostros indiferentes, agazapados al acecho de un día quimérico; que agoniza en
el crepúsculo y muere bajo un manto de estrellas. Son los transeúntes que
irrumpen de la tierra.
Amanecer soleado de
aire fresco y dos hombres en el interior de un vehículo a la espera del próximo
aire gratuito que traerá la palabra
adecuada.
El anciano, mira
hacia ambos lados muy lentamente, girando una y otra vez su cabeza.
— Aquí esta bien Freddy, bajare un momento.
— Abuelo…no es necesario que camines si puedo
llevarte. — Mira fijamente al joven conductor y sonríe. Gesticula, traga saliva
antes de abrir la puerta.
― Descuida muchacho… que tenga 92 años… es solo
un detalle físico. ― Su hablar es muy pausado, sus labios tiemblan antes de pronunciar una
frase, algo normal en personas de su misma edad.
― Además, para que te quedes tranquilo, mira las
hojas de los árboles, hoy es mi día de suerte...tengo viento a favor. — Freddy sonrió
por el buen humor, entre otras cosas, que siempre cultivo este inquietante hombre.
Unos pocos minutos
fueron suficientes para llegar hasta allí. Se detuvo frente a un lugar, de
alguna manera tenia el poder en su mente para volver el tiempo atrás con solo
cerrar sus ojos, con solo dar un chasquido de dedos y transferirse a otra
dimensión. Una visión diferida de la realidad.
Volvió a abrirlos.
Acomodo su corbata como si fuera un ceremonial, luego siguió con el envejecido
sombrero que lo acompañaba todo el día, recorriendo con sus dedos a manera de
reconocerlo en su forma. De color verde oliva, buena confección americana, pero
no entonaba con el color del traje; aun así le sentaba bien a su edad; o tal
vez a un hombre tan anciano se le perdona estas incoherencias del buen vestir.
La mirada perpleja a través de sus gruesas gafas y ambas manos apoyadas en un
bastón descolorido, la figura encorvada
lo muestra solitario y extraño. Camino sin mucho esfuerzo por aquel puente de
concreto, robusto firme e inanimado. Sus manos palpaban las barandas frías pero
no se detuvo. Solo miraba de lado, de tanto en tanto, hacia las turbias aguas
del angosto riachuelo, esas que alguna vez supieron ser cristalinas. Cuando
hubo cruzado el puente se detuvo y volteo para ver que tan lejos lo seguía su
nieto en el vehiculo.
— Ahora si Freddy llévame en aquella dirección.― Subió de nuevo. Se
acomodo lentamente en el asiento, y el vehículo hizo una corta distancia y
doblo en una esquina.
No fueron mucho más
que cien metros, y otra vez el ritual de movimientos pausados. Esta vez camino
con otra actitud, parecía inflado de un valor estoico o al menos eso creyó el
mismo.
Se dirigió hacia un
edificio muy bien cuidado. Rodeado de un pequeño parque con árboles, que
simulan traer una paz aparente y saludable. A poco del umbral le pide a Freddy
que lo ayude a subir las escalinatas. La edad ya casi no le permite marcar sus
pasos, arrastra sus pies suavemente sobre las baldosas empolvadas. Fue al lado derecho
de la entrada principal, tan solo para quedar frente a una placa, la misma esta
montada sobre una robusta pared de ladrillos a la vista, junto a una puerta
doble de madera bien lustrada. Freddy lo siguió muy de cerca cuidando que
estuviera bien. Se extraña de verlo inmerso en la lectura de bronce, el anciano
no dice nada, solo pasa su mano arrugada por sobre el relieve de letras legibles
bien lustradas. Luego de unos minutos rompe el silencio.
— Ya esta bien chico…ya podemos volver a casa. — El joven lo miro
desconcertado por un instante. Luego inclinó abruptamente la cabeza haciendo
que su mentón diera contra el pecho, a modo de disgusto; mirándolo de lado.
Suspiró una sonrisa fresca pero fingida, buscando entrar en un mundo centenario
prohibido para neófitos.
— Abuelo… o sea que… ¿quieres decir que suspendí
mi partido de basquetbol y viajamos 6 horas por la carretera, tan solo por
esto? ― El
anciano lo miro tiernamente meneando su
mentón y confirmando la pregunta.
— Si ― Volvió en dirección al vehículo. Freddy quedo
leyendo.
“En homenaje a Clement H. Guttman 1845-1920…”
— Quién… ¿quien era Clement Guttman?— Se detuvo. El hombre
anciano dejo de arrastrar sus pies. Sus ojos brillaron dulcemente y su frente
intentó buscar el escurridizo sol.
— Fue un gran hombre…
Freddy mientras tanto
mira el edificio ― ¿Te importa si enciendo un
cigarrillo abuelo? ― El anciano de espalda levanto su mano derecha y fue suficiente para desistir de la idea,
volvió a guardar el paquete de cigarrillos en su chaqueta. Conoce bien ese
ademán hereditario.
“― ¡Mamá! ¿Puede ir a jugar basquetbol con
Dany?… ¿puedo mamá?
― Primero debes hacer tus tareas escolares
― ¡Pero mamá! ― La mano en alto de su madre
dándole la espalda mientras prepara el almuerzo, se entiende, no hay que decir
mas palabras al pequeño Freddy.”
Vuelve en si a la imagen segura de un bastón que
interpreta escalones.
—
¿Cómo fue esto en 1920 ?... un
lugar…
—
¿Olvidado? Si, vaya que lo era. Si
es eso lo que querías saber.― suspiró y frunció sus labios a manera de asentir.
—
Así fue muchacho. Pero… no querrás
perder tu valioso tiempo por escuchar una vieja historia ¿verdad?— El joven espero un
momento pensando que decir.
—
Tienes razón…además tengo entrenamiento por la tarde y con lo que resta de
viaje, no llegaremos a horario.
—El anciano giro sobre si mismo como si una descarga
eléctrica hubiera descendido de cielo poniéndolo delante como una muralla, un
osario sagrado a manera de línea de riesgo que no se puede cruzar. Su
tembloroso dedo índice se hundía una y otra vez en el pecho de Freddy, muy
mansamente pero con autoridad para arengar su espíritu pusilánime.
― Conozco la voz de un hombre sin rumbo y conozco
la voz de Dios.
― ¿Qué…que dices? ― El chico miro a todos lados
y a nadie; extendió ambos brazos hacia los laterales y sus manos abiertas lo
muestran desconcertado.
― Haz hablado con un corazón inseguro ― Sus ojos sobresalían
de sus órbitas llamativamente.
― Dios me dice que hay algo que tú debes saber, y
quizás sea lo más importante en esta
vida.
Las siluetas a la
distancia muestran una caricatura, un
hombrecillo intimidando a un atleta de
casi dos metros. Se dirigieron a un banco de madera que estaba bajo la sombra
de un pino.
Ese joven no volvería
a decir nada por el momento hasta que su abuelo estuviera conforme.
— ¿Sabes algo muchacho? Nunca digas haré esto,
aquello, o iré a algún lugar sin tener en cuenta a Dios en tu viaje. Podría
cruzarse en tu camino y llevarte donde el quiera…y créeme, seguramente será un
buen sitio. Freddy no quería platicar, pues sospechaba que dejándolo hurgar en su
deteriorada memoria longeva seria todo más breve. Cuanto se equivocaba.
—Sospecho que desearías no haber venido aquí
conmigo, pero no importa, solo piensa que estas parado en un lugar en donde tal
vez Dios nos trajo porque quiere darnos algo bueno. Este lugar esconde una
historia de amor y de sacrificio, un sitio al que tal vez mis ojos ya no
vuelvan a ver nunca más. Clement Gutman, amo este lugar de manera inexplicable
para la gente común. Todo sucedió en aquellos años en el que solo unos pocos
valientes sentían que era el tiempo de
sembrar algo bueno, en la inhóspita y dura tierra de…de...pero,
Dios no repara en el terreno, no señor, el escoge la herramienta adecuada. No
olvides esto. Un amigo supo contarme su vida, nadie lo conoció como el, y de
esto…ya hace bastante tiempo…mucho tiempo…
Fragmento del libro “Yo
vi morir un ángel” autor: David Fernandez ―Copyright