ROMPIENDO TUS LÍMITES
Mensajes inolvidables
En un enfrentamiento bélico, se emplean estrategias de
combate, si bien esto puede definir un conflicto también puede agravarlo. Quien
tiene un poder armamentista importante tiene una chance extra y puede estar más
confiado en un posible resultado a su favor. Si a esto le sumamos una
coordinada y bien ejecutada estrategia, se hace más sencillo ganar una guerra.
Una parte de la batalla se libra en el campo, en las trincheras,
en el fuego cruzado. Donde soldados bien entrenados deben dar muestra de su
valor, patriotismo y espíritu guerrero. En esto no puede fallar la nación que
manda a quienes están capacitados para estar en el frente de batalla. Nadie que
lucha con sus propios temores y conflictos mentales puede ceder al avance
ordenado por sus superiores, aunque el desembarco sea en la costa de “Normandía”
(Desembarco en la costa de Francia del ejercito aliado el 6 de junio de 1944, segunda guerra mundial)
Otra parte de la guerra, si bien es en algún aspecto virtual, se lleva a cabo en una base militar, en un salón, donde las principales autoridades buscaran elaborar el mejor plan de ataque.
Como una buena analogía, la vida cristiana tiene aspectos
semejantes en lo espiritual.
Un buen soldado es preparado en el uso correcto de sus
armas, adiestrado en el ataque y la defensa para enfrentar al enemigo. La
iglesia, es el lugar en donde te sientas, escuchas y pones en acción lo que aprendes
por medio de la Palabra y así no dar lugar al pecado en tu vida interior. No
hay manera de ir al campo de batalla si antes no eres quien derrota a tu
enemigo íntimo. Cuando nuestra vida espiritual es confrontada con la verdad de
la Palabra de Dios es allí donde se lleva a cabo la primera batalla.
Nuestra historia nos lleva a 1 Samuel 17: 57-58
“Y cuando David volvía de matar al filisteo, Abner lo
tomó y lo llevo delante de Saul, teniendo David la cabeza del filisteo en su
mano.
Y le dijo Saul: Muchacho, ¿de quién eres hijo? Y David
respondió: Y soy hijo de tu siervo Isai de Belén”
Un adolescente David va a tener un día diferente, lejos
de sus límites. Obedeciendo a su padre que le pide que vaya a ver a sus
hermanos que son parte del ejército de Israel y hace tiempo no sabe nada de
ellos.
¿No es tal vez que esta mañana estas aquí en el templo,
en la iglesia, porque obedeciste a la voz de tu Padre? Vienes a tu
entrenamiento, donde tu peor enemigo va a quedar al descubierto, ese amenazante
enemigo que vive desafiando tu valor y tu investidura, la autoridad que por ser
un soldado de la fe, llevas desde el momento en que fuiste avisado de una
guerra espiritual que no es contra carne ni sangre.
Ahora bien, el ejército de Israel era desafiado cada día
en el frente de combate y un solo pensamiento dominaba cualquier acción, el
temor, y esto hacia que se esperara un final inminente, una derrota anunciada
solo era cuestión de horas. Hasta allí llega David y puede ver como Goliat, el
paladín de los filisteos desafiaba e infundía temor a los varones de Israel y
todos huían de su presencia.
La realidad esta mañana es que estamos en una guerra
espiritual, y el evangelio debe ser llevado fuera del templo, allí afuera esta
nuestra guerra, donde el enemigo tiene territorios tomados, gobiernos
espirituales de maldad que tienen a la gente sometida a la ceguera de la
ignorancia, atados a cadenas de pecado. Para esto se necesitan soldados
valientes, que no carguen conflictos en su vida privada. Presten atención, tomen
en cuenta este detalle, veamos quienes están jugando un papel predominante
en este momento de la historia bíblica.
La secuencia nos lleva nuevamente al caluroso medio día
en el valle de Ela, David está observando como el enemigo se jacta de su
poderosa arma, un extraordinario gigante que se mofa de un débil oponente que
sigue huyendo como cada mañana. Un rostro conocido aparece en escena, un hermano del pastorcito de ovejas lo reconoce y
lejos de alegrarse por ver a su familia “se enciende en ira”, ¿Qué?... ¿por
qué?...y luego la artillería de municiones gruesas directas a su persona ¿Para
qué viniste acá? ¿Cómo fuiste capaz de dejar todo abandonado en el desierto?
¡Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón!
¡Wau! Esto me huele a un pase de factura, parecía algo
olvidado, pero es evidente Eliab no había superado el ser descartado por el
profeta Samuel cuando desfilaba con sus siete hermanos y eran descartados uno
por uno y finalmente David era ungido para ser el próximo rey de Israel. David
mucho problema no se hizo…
“Esto es solo un mero hablar” “Lo que me dicen es una
tontería”, “bla, bla, bla.” (1 Samuel 17:29)
Cuando oímos la palabra de Dios, nuestra mente, como un
rostro conocido nos recibe en este lugar:
“¿Qué haces en este lugar? ¿Cómo fuiste capaz de dejar tu
descanso dominical, teniendo otras opciones más divertidas y más importantes?
Te gusta ser el centro de todos, ¿verdad? Que todos estén pendientes de tu vida ¿de eso se trata?...
Además, ¿a quien queremos engañar, con esa carita de piedad, después de una
semana de hacer lo que se te antoja y dar rienda suelta a tus instintos más
secretos, vienes y te sientas como si nada hubiese pasado?...¡Hola! ¿Estas
ahí?”
Pero tranquilo…no es ahí donde nos detenemos a perder el
verdadero objetivo. Hay un gigante que enfrentar, hay algo mucho más peligroso
que pensamientos en la conciencia que nos acusan para voltear y ver cuál es la
puerta más cercana para salir huyendo. Goliat esta allí, para intimidarte para
decirte que estas vencido. Goliat tiene el rostro del pasado en tu vida, en mi
vida, en la vida de él, de ella y que viene cada vez en busca de nuestra
relación con Dios. Goliat nos recuerda un tiempo de fracasos, de traiciones, de
subestimación. Es quien nos señala acusándonos de nuestra incapacidad de lucha,
que somos soldados atemorizados, que tocamos el cielo con las manos el domingo
y el lunes nuevamente nos rendimos a las pruebas. Es hora de acabar esta
batalla, es el tiempo que Dios a determinado que en tu regreso a casa, lleves
un botín de guerra ¡Hoy no te puedes ir con las manos vacías!
¿Cuántas veces tu mente subestimo tu capacidad en algo?
¿Calificándote como alguien que da por sentado una derrota nueva en su vida? Una
mente ganadora es una mente confiada en un poder extraordinario, por certeza,
por convicción y solo aquellos que sienten esto como una realidad son los que
se adelantan proféticamente a una victoria revelada. David enfrento al gigante
confiado en su entrenamiento privado, en la soledad del desierto, defendiendo
sus ovejas del león y del oso. Goliat fue derribado por una piedra donde el
poder de Dios estaba encerrado, pero la habilidad, la puntería, y la estrategia
de adelantarse al enemigo es merito del muchacho que tuvieron en poco, el chico
rubio de buen parecer. Fue un trabajo de equipo, David hizo su parte, Dios
bendijo la otra parte. David rompió sus límites, salió de su lugar para
involucrarse en la estrategia de su Dios, Jehová de los ejércitos.
Pero Israel había perdido esta realidad, estaban cegados
por el temor, insensibles a la presencia de quien pelearía por ellos.
“Esto pues, digo y requiero en el Señor; que ya no andéis
como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el
entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en
ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda
insensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase
de impureza” (Efesios 4: 17-19)
La guerra está afuera de estas paredes, donde la
injusticia, la necesidad de gente que ha perdido el sentido de vivir, que vagan
sin esperanza; esperan el desembarco de los valientes, que han vencido sus
propios miedos y saben lo que significa estar bajo bandera.
La guerra nos espera cada día, vestidos de soldados que
militan en la fe, adiestrados, entrenados por la palabra de Dios. Hoy la
batalla nos pone al frente de nuestro mundo interior, enfrentando nuestro
propio gigante. David volvió con la cabeza de Goliat en su mano, ¿más pruebas
de su victoria anunciada?… ¡imposible!
¿Por qué no vuelves esta mañana a casa con el fruto de tu
batalla ganada, ahora, tu victoria pública está en ciernes, nadie puede negar que
fuiste capaz de vencer un gigante. Por tu entrenamiento privado, rodillas
dobladas, conocimiento de la palabra, comunión con Dios. Nos toca hacer una
parte, Dios bendecirá la otra parte.
Cuando pregunten ¿con que autoridad estas reprendiendo un
espíritu de enfermedad? O quieran saber sobre tu identidad cuando te digan… ¿Quién
eres para darme una palabra de esperanza en medio de mi dolor? Entonces podrás
decir confiado:
“Yo… soy un hijo de Dios”
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