Amsterdam
- Países bajos – 2024
Por
las tardes, acostumbraba a sentarse y estar por horas mirando el campamento
desde el valle, donde habían levantado un complejo de hermosas casas exclusivas
para los “jefes”, como les decían la mayoría a quienes tenían cargos en la
compañía minera, la diferencia de vida que ellos tenían en relación a la gente
del pueblo era una injusticia. Un lugar para gente importante. Manfred se
distrae por horas contando la cantidad de camiones que entran y salen de las
minas de carbón, mientras juega acumulando piedrecillas. Al final de las
jornadas de trabajo, una marea humana de hombres brotaba del interior de la
tierra para volver a sus hogares, rostros ennegrecidos de tizne dejaban ver
solo ojos y dentaduras. Cuando todos ya hubiesen salido, el también volvía a su
lugar. Un día todo fue diferente. La oportunidad no
la buscó la abuela Carmen, solo se presento y le parece imperdible, poner a su
único nieto en manos de una familia de gitanos que van de paso por aquí a otras
tierras, era todo lo que necesitaba, el único detalle era que había que cruzar
la frontera a pie, por el desierto, de esa manera no lo encontrarían sin
documentación. Es el tiempo de hambruna y escases, sobrevivir puede llegar a
ser la mejor excusa para recostar la cabeza en la almohada cuando llegue la
noche sin cargo de conciencia. Así, en este contexto, es muy probable que
Manfred no llegue al próximo invierno. En aquel entonces, era algo frecuente ver como
algunos adultos se arriesgaban a probar suerte buscando sobrevivir a la
pobreza. Los rostros adustos y amargados de aquellos que quieren vivir o mejor
dicho de quienes se niegan a morir a corto plazo, los identifica por lo mismo,
cabizbajos y pensativos, como Manfred, pero él es un niño de ocho años siguiendo
la huella de gente que no saben su nombre…”Vaya con ellos mi hijo…hágales caso
y no se aleje mucho porque se puede perder…y tome esto, (una hogaza de pan duro
envuelto en una tela) guárdelo bien, uno nunca sabe…” Esas pudieron haber sido
las palabras más dulces que su abuela jamás le haya dedicado, antes de
deshacerse de él por supuesto. El niño Manfred Verhoeven, pasaría dos años de
su infancia aprendiendo las costumbres y la lengua Romaní.
Desde
ya que su vida estuvo llena de matices propios de un ámbito de escases y
pobreza. Pero el hecho de sobrevivir a la segunda guerra mundial, eso sí fue un
reprimido grito de victoria. El relato desconocido que la humanidad no puede
dejar de oír; algo que fui descubriendo a través del tiempo. El recuerda el momento
en que los soldados alemanes llegaron al campamento gitano…” ¿Sabes algo
Dominic? la noche anterior a que los nazis nos subieran a los camiones para
trasladarnos a otro lugar con otros niños nos arrojamos piedras en la
oscuridad. Lo recuerdo bien, lance una pequeña roca que impacto en la cabeza de
uno de ellos. Al amanecer encontraron su cuerpo, había muerto por el golpe,
nadie supo que fui yo, solo el hombre que me crio desde que salí de Rumanía. El
me castigo sin piedad y casi me mata. Entonces llegaron los soldados…desde ese día nunca más volví a verlos…”
¿Todo
bien papá ?─ El saludo de la mañana, que no es saludo, esto es algo que ya es
parte de la vida cotidiana.
─
Has estado llorando ¿verdad?─ Se acerca hacia donde esta aquel hombre sentado,
que hipnotizado, mira a través de la
ventana y la visión de su mirada se reduce a lo que sus arrugados parpados le
permiten ver. Debido a esto se tiene que agazapar un poco en su postura tan
solo para mirarlo de frente y secarle alguna que otra lagrima que aun esta en
sus mejillas.
─ Conseguiremos otra ardilla pronto ¿de acuerdo? Las pupilas de Manfred no reflejan ardillas, las sombras del pasado recrean un lugar diferente donde hay mucha gente apiñada dentro de los vagones del ferrocarril, uniformes militares, un tren que esta por partir, niños, ancianos, el caos propio de quienes llegaron hasta aquí sin saber a dónde van. Nombres como “Boulevard de la Miseria”, “Callejón del Sufrimiento” y “Calle de la Preocupación” es la geografía que habla de la bienvenida a un lugar que ya de por si anticipan un destino final trágico.
─ ¿Qué día es hoy Hubert? ─Lunes papá… ¿Por qué lo preguntas? ─ Entonces, mañana es martes ¿verdad? ─ Si, claro. ─... Mañana vendrán por mí, estoy en la lista…
Hubert, no quiere detenerse en esa charla,
sabe que será el comienzo de algo que no es bueno para él, entonces ambos se
distraen con el inesperado aleteo de una pequeña ave que se posa en la reja de
la ventana. Manfred levanta la frente tratando de entender el ámbito de
desconfianza de las aves, que siempre están moviendo sus ojos hacia todos lados
para que nada las sorprenda. Volvió a su postura inicial casi por obligación.
Parece tan irremediable aceptar que quien haya sufrido un pasado doloroso,
transmita esa sensible sensación de no haber sanado nunca, como una hiedra que
recubre todo asfixiando.
─ ¿Dónde está Dominic?─ Se levanta de la
silla sin hacer mucho esfuerzo y se nota un cambio en su actitud ─ En la
universidad papá, como siempre dando una cátedra ¿Por qué lo preguntas?─
Últimamente Manfred piensa más de lo habitual antes de responder. Frota sus
huesudas manos y esboza una palabra que llena de aire su boca, una consonante
que se hace esperar.
─Porque… quiero pedirle un pequeño favor…
y sé que él no se rehusara.
─Dímelo a mí y yo le daré tu recado.
─ No…no será necesario, quiero hablar con
él, solo dile eso─ Cuando Manfred cierra los ojos, un niño comienza a correr
escapando de la guerra.
“¡Profesor!...
¡Profesor Dominic Verhoeven!... ¡aquí! junto a la escalera, perdón, recuerde
que mañana martes comienza la licencia que pidió hace una semana y ya tenemos quien lo reemplazara en su
cátedra, el profesor Harm Koet, solo
llámelo para que el pueda organizarse
¡gracias y hasta pronto!” Una de las secretarias me sorprendió antes de
abrir la puerta hacia el estacionamiento. Había olvidado lo de la licencia,
pero ¿Koet? ¿Habiendo tantos llamaron a Koet? Es un tipo muy soberbio y creo
que nunca llegaré a digerirlo, además…es
licenciado en historia ¿podrá acaso interpretar la filosofía sin contaminar mi
cátedra? Ya me parece escuchar que me están llamando antes de tiempo para salvar
su buen nombre. Había
pedido unos días a raíz de las complicaciones en la salud de mi abuelo y en
mitad de semana ya lo había olvidado. Primero pasare por mi apartamento en la
ciudad a recoger algunas cosas. Por cierto me acaba de llegar un mensaje en el
teléfono.
¡BIP!:“Dominic, tu abuelo quiere hablar contigo, no
sé porque motivo pero acércate a casa cuando puedas”
Por un momento, el mundo virtual de
Internet nos atrapa en la mentira más grande que hayamos creído y
sin que nadie nos obligue a ello, de acreditar a un agente transmisor, el casi
tangible espectro de un rostro conocido.
Por eso será que miro a mi ciudad con un cierto aire de sospecha. Porque
ha cambiado desde la médula y ya no es
fiel a sus raíces ¿Por qué no hay temor a lo inesperado en las miradas?… ¿No
fue así como nos sometieron en el pasado? ¿Qué día es hoy? ¿Lunes? Las voces
susurrantes de aquellos rebeldes a la muerte siguen oyéndose en las solitarias
calles de Amsterdam como espíritus errantes y seguramente así como luce hoy, no la reconocerían.
Sobrevivientes a un tiempo en que la guerra desato “el invierno holandés del
hambre” una estúpida frase honorifica, pero ¿para que sirvió? Para un
antecedente que aporto a la ciencia la Epigenetica, un mal en el ADN que será
como un eslabón perpetuo. Fuimos los conejillos de indias. Pero ya hemos
perdido esa humillante dignidad, hoy
somos la ciudad del pecado, la del turismo sexual y de las drogas legales, la
de vida nocturna y el libertinaje. Solo fuimos capaces de invadir el mar,
enfrentarlo y plantar un maldito molino de viento por aquí y otro por allá, eso
fue todo y nada más. En la ciudad las abundantes paredes contaminadas con
grafiti, leyendas de una tipografía inentendible, arte urbano le dicen, ¿eso es
arte? (pienso)…”Así dicen” (diría mi madre)
¡Fíjate por donde caminas idiota! ─ Un
automóvil salía del estacionamiento y no lo vi. ¡Lo siento! ¡Discúlpame!,
caramba, este sujeto casi termina por embestirme y encima me insulta ¿Es así
como seguimos escribiendo la otra parte de nuestra historia? ¿A los tumbos y sin la inmerecida
misericordia de quienes murieron por salvarnos que nadie tomó como ejemplo? La
guerra es dura aun después de la guerra. No sé porque pienso lo que estoy
pensando, hasta me atrevo a diseñar la próxima secuencia que supongo que puede
pasar antes de que suceda...esto de cruzar una calle tomando todos los
recaudos y aun así, casi me atropellan,
me lo merezco por estar haciendo filosofía en mi tiempo libre. Reflexionando
como lo hace mi abuelo, él suele pensar sobre lo relativo de la vida y dialoga
consigo mismo. Todo a raíz de un mensaje de texto en mi teléfono. Todos los
días hago el mismo circuito para regresar a casa. Voy a estacionarme y buscaré un lugar de comidas rápidas. Mi
abuelo, está un tanto delicado, creo que el ya venía sufriendo alguna enfermedad
y nunca la dio a conocer. Un día todo fue diferente y se desplomó como un
Goliat. Es un hombre grande en su contextura física y cayó pesadamente. En
tiempos de la segunda guerra mundial, el, había sido parte de aquellos niños
que estuvieron en Westerbork. Un campo de transito para los deportados judíos,
gitanos y miembros de la resistencia a 15 kilómetros de la
aldea del mismo nombre en el sector noreste de los Países Bajos, en la
provincia holandesa de Drenthe. El último tren que partió de Westerbork hacia el
campo de exterminio en Auschwitz, lo hizo el 3 de septiembre de 1944.
Fragmento del libro: LOS
MUROS DE AMSTERDAM- Autor: David Fernández- Copyright