jueves, 25 de abril de 2024

VEINTE DÍAS EN HAWAII

 

 



VEINTE DÍAS EN HAWAII


 Las palmeras por momentos parecían inmóviles, pero luego, si te quedabas quieto un buen rato se podía percibir que se meneaban muy suavemente. Los vientos fuertes ya habían pasado hace un par de días y esto de mirarlas solo era para agregar algo nuevo que hacer en esta pequeña isla en medio del océano. Ninguno de los que se habían salvado del naufragio, tenía la certeza de cuál era el sitio en el que realmente estaban.                                 Uno de los tres sobrevivientes, al que decían Bufo, dijo sin ningún esfuerzo en medio de un bostezo al tiempo que miraba el cielo tendido en la arena con los brazos extendidos “yo creo que estamos en algún lugar cerca de Filipinas”, pero inmediatamente lo descartaron, ya que no se veían a ningún Bajau, nativos de un pueblo que vive en las costas y han desarrollado la capacidad de pasar mucho tiempo bajo el agua buscando vaya a saber cuántas cosas les atraiga.

Todo hacía parecer que no estaban muy lejos de la costa como un buen deseo y que solo era cuestión de tiempo para que la ayuda llegase a ellos. Recuperar la noción de lo que habían sido las ultimas horas antes de la catástrofe podía aportar un dato valioso, pero ninguno recordaba algún detalle importante.

Al parecer, ellos se conocían hace ya un tiempo y habían decidido en común acuerdo disfrutar de una gran aventura marina. Tampoco es que eran grandes amigos y es que solo a veces las casuales circunstancias de adversidad, preparan a las personas para un examen de su propio mundo interior, perdidos en un árido y sofocante desierto o naufragando en el  bravío mar del alma y de la mente.

Quien tiene la palabra ahora y está de pie es “el portugués”, un astuto moreno al que le gusta hablar mucho y observar minuciosamente el entorno antes de sacar conclusiones apresuradas.

“Yo no desestimo ninguna opinión, pero quiero pensar que no hemos tomado en cuenta algo muy importante. Hay un ave muerta cerca de Lorenzo, mírala bien, es el pájaro de fuego, esta especie solo viven en las islas Hawái, entonces estamos en Hawái.”

       ─ ¡Es verdad! ─ Dijo Bufo, ahora erguido apoyado en sus codos.

      ─ No había reparado en eso, es bueno saberlo.

      ─ ¿Habías notado también que Lorenzo está agonizando? ¿Sabes algo de medicina?

      ─ No, para nada amigo, soy electricista, solo eso…y tu ¿Qué eres? ¿No puedes ayudarlo?

      ─ Soy médico, pero, aunque quisiera no podría hacerlo.

      ─ Pero… ¿Por qué?...no entiendo.

      ─ Porque fui demandado en mi profesión, alguien levanto cargos en mi contra por alguna razón y fui inhibido para ejercer la medicina.

      ─ Pero…estamos lejos de la civilización y esta situación es apremiante, tu ayuda puede ser fundamental, salvarías una vida ¿cómo podría alguien señalarte en un momento como este?

      ─ Olvídalo…no lo hare, no insistas, quiero tener mi conciencia tranquila.

      ─ Pobre Lorenzo, se va a morir y tú no harás nada para evitarlo.

      ─ Bien lo has dicho amigo, no hare nada.

El portugués cambio su mirada en otra dirección y puso ambas manos por detrás de la cintura mientras respira profundamente el aire que viene del mar cerrando los ojos.

      ─ Claro, ahora entiendo un poco tu caso…

      ─ ¿A qué te refieres?

      ─ Deja mucho que desear tu actitud, quienes te acusaron no estaban muy equivocados, tendrían sus razones y justas tal vez ¿acostumbras  a dar la espalda a la necesidad del prójimo?

      ─ ¿Quién te crees que eres tú? ¿Un electricista en una isla? ¡Por Dios! ¿Para qué sirve?

Es lo más absurdo que me podía suceder en una situación como esta, tocarme de acompañante un electricista, habiendo tantos oficios… ¿crees que no conozco a los de tu clase?  Pues para que lo sepas compañero, antes de entrar  a la facultad de medicina trabaje con mi tío cinco años con los electricistas, ¿Qué te parece? Tu, al igual que muchos, uno más pedante que otro.

Los puños de Bufo se han cerrado repentinamente y ahora se acerca un poco más. Lleva puesto un calzado deportivo en un solo pie, de esos que usan los basquetbolistas.

El viento que ha cambiado de sentido se percibe más fuerte que hace unos minutos, tanto que mueve sus cabellos de un lado a otro, en los pómulos conserva resto de arena pegada que va limpiando con el revés de su mano. El portugués voltea rapidamente con una sonrisa irónica hacia el cielo.

      ─ Puedes hablar con un electricista y no te responde, y porque esta frente a un tablero y cree que es el habitante de un mundo diferente al tuyo, se toma una pausa y luego remata en su ego con un “¿Cómo dijiste?” y tienes que contarle la historia como si poco le importara lo tuyo…

      ─ Pues, es algo sensato, uno puede estar muy concentrado en lo que hace, de eso se trata.

      ─ ¡Lo hubiese escrito antes! Eres tan predecible como todos, sabía que me dirías la excusa que escuche por años,… además, este tema ya no me interesa, Lorenzo acaba de morir ¿para qué seguir discutiendo sobre un cadáver?

     ─ ¿Qué tienes en el morral que llevas colgado? ¿Crees que no te he visto que vas por detrás de las palmeras y sacas algo de allí?...Tengo mucha sed, y no puedo beber agua de mar, moriría en pocos días, eres medico sabes de esto… ¿Tienes agua? ¿Algo de comer?

     ─ ¿Y tú?... ¿que esconde en el bolsillo de tu camisa que siempre estas palpando algo? Mira compañero Bufo, esto se va a poner muy feo, no creo que vengan pronto a socorrernos, según mis cálculos el próximo barco que pasara por aquí es el que hace el mismo tour de viajes y esto será tal vez en veinte días ¿escuchaste bien? Debo racionar mis recursos que son pocos, pero lo lograre ya lo veras.

     ─ ¡Eres un maldito bastardo! Ya me lo había anticipado Lorenzo de la clase de sujeto que eres y no lo tome en cuenta…pobre Lorenzo, en paz descanse y Dios lo tenga en su gloria. Pero seré paciente, en algún momento te dormirás y todo será más sencillo para mí, no te imaginas de lo que es capaz un hombre con mucha sed y hambre, no tienes la mínima idea.

     ─ Tranquilízate un poco, hare un trato contigo, un pacto de caballeros ¿de acuerdo? Te daré una de mis botellas con agua dulce hasta la mitad y yo me quedare con otras dos que están llenas. Entonces haremos una línea en la arena  marcando nuestro territorio, yo no podre cruzar hacia ti y tú no podrás venir a mí.

Bufo no respondió, solo la mirada fija, imperturbable parece un mensaje  irreversible para quien lo había anunciado.

     ─ ¡Ya lo había dicho yo! ¡Los electricistas son todos iguales!  Te has tomado demasiado tiempo para responder, como si lo que acabo de decir no te importara mucho ¿verdad? pero ¿sabes qué? …¡aquí!... ¡no!... ¡eres!... ¡nada! ¿Entiendes? ¡Sin electricidad no sirves para nada!

 Ambos estaban  distanciados por unos cincuenta metros y ahora el sol estaba calentando bastante, un fastidio que se añade para hacer de esta charla el remate ideal que no se merecen los náufragos que sobreviven en medio del mar.

El portugués solía sentarse a la sombra de la misma palmera y de allí soñoliento observaba como Bufo hurgaba algunos residuos que las olas traían a la orilla. Como la isla era un tanto pequeña, no había manera de esconderse. Le llamaba la atención que habiendo pasado  catorce días, Bufo, no había muerto de sed ni de hambre. Pero con esa distancia y estando detrás de un reparo que el electricista había construido con hojas de palmeras no se podía ver casi nada.

     ─ ¡¿Qué tienes en ese morral!? ¡Huele muy mal amigo! Puedo sentirlo desde donde estoy porque el viento arrastra un olor fétido, te he visto masticar algo y algunas veces vomitas todo ¿de qué se trata?

     ─ ¿Y tú?...has bajado mucho de peso ¿lo sabías? No pasaras de esta semana, no olvides que soy médico y conozco como funciona un cuerpo.

Los días pasaron y ambos estaban muy deshidratados por la situación en la que se encontraban. Quien estaba muy demacrado era el portugués que a duras penas podía ponerse de pie y es que hace un par de días no prueba agua. El día numero veinte los encontró rendidos a la espera de lo peor o de un milagro. Al llegar la noche las nubes se disiparon, pero esto era irrelevante para dos náufragos en medio del mar en una solitaria isla del océano Pacifico.

Cuarto menguante de luna, suficiente para recrear la sombra de un hombre que esta desplazándose sobre el cansado Bufo que duerme profundamente. El misterioso personaje contempla en un paneo visual  lo que finalmente termino siendo el tan  precario Bunker. El muy astuto Bufo, había cavado un pequeño hoyo en la arena, sobre el mismo puso la mitad de una bolsa plástica haciendo de recipiente. Vertió agua de mar sobre la misma y en el centro, una pequeña parte de botella. Volvió a cubrirla con otro pedazo de la misma bolsa dejando una piedrecita en el centro. Con esto había formado un pequeño recinto para que el sol hiciera lo demás, formando gotitas evaporando la sal del agua haciéndola bebible. El tipo estaba asesorado en supervivencia, eso caía de maduro. Unos metros mas allá, restos de peces, pero… ¿Cómo los pescaba? (se pregunto) sin anzuelo, sin armas, sin nada… ¿Cómo lo hizo? (volvió a preguntarse)

Lo cierto para él, era que tenía que deshacerse de Bufo, la isla era pequeña para dos, un odio se genera como algo necesario de desatar. No sabe porque, pero, tanto mar y él se ahoga en odio…balbucea, sus trémulos labios resecos solo balbucean…”Esto es por lo de maldito bastardo”

Tomó una piedra con la intención de hundirla en la cabeza del naufrago, pero Bufo se mueve  porque en sus sueños aparece Lorenzo, quien hace ya tiempo murió y fue arrojado al mar. Pero percibe un olor nauseabundo que le hace arder las fosas nasales, tanto que se despierta antes que la piedra se estrelle en su frente y la esquiva. En un rápido instinto de supervivencia  toma del cuello al portugués, lo mira fijamente y le dice:

“Un buen electricista  siempre tiene a mano su mejor herramienta”

Bufo piensa que tuvo suerte, la que no tuvo nadie en este viaje de placer que termino siendo una trampa.

Esta amaneciendo en el horizonte en un matiz de colores sorprendentes, se reflejan en parte en sus pupilas de ojos adormecidos y el, definitivamente seducido por el imaginario canto de ninfas marinas, se está rindiendo en brazos de la muerte. Luego de veinte días en Hawái, solo el mar le susurra ese particular sonido, la de una naturaleza liquida…además de una voz amplificada de un megáfono lejano juntamente con ladridos de perros sabuesos y lo conectan con el mundo real.

“¡Heeeyyy”…¡¿Hay alguien ahí?!

Los periódicos le dedicaron la primera plana y los medios televisivos que siguieron atentos este caso no dejaron nada por comentar. El informe decía:

“Los tres pacientes y ahora prófugos que habían escapado del hospital pneurosiquiatrico Federico Mora en Guatemala, finalmente fueron hallados. Que en su momento habían sido incluidos entre los cincuenta pacientes con severos trastornos mentales, por su extrema peligrosidad y que habían escapado aprovechando, un error en el sistema de seguridad, huyendo hacia la selva. Los tres habían caído en un profundo pozo de unos treinta metros que existía producto de una excavación que se había realizado para la obra abandonada de un oleoducto.

De los tres, un tal Lorenzo Bocanegra muere casi en el acto debido al duro golpe en la caída. El otro, Dionisio de la Rosa, más conocido como Bufo, sobrevivo milagrosamente, aunque aún sigue grave debido al tiempo en que estuvo confinada en aquel lugar sin alimento ni agua. Por último, Ricardo Tiseras, quien fuera un reconocido médico cirujano en su vida sana, también había fallecido en el accidente. Lo extraño de las pericias  llevadas a cabo por los forenses, es un detalle no menor y es que el mismo Tiseras, tenía clavado un pequeño destornillador en el parietal derecho, llevaba consigo un morral, en el cual tenía la cabeza seccionada del guardia de seguridad del hospital al que había degollado para poder escapar. Le faltaba gran parte del rostro que se supuso en primera instancia que había sido devorado tal vez por algún depredador natural, quizás un animal pequeño, pero se descarto esto al comprobar que hubo antropofagia.

Cuando los rescatistas sacaron del pozo los cuerpos, Bufo balbuceaba en voz baja palabras inentendibles, pero nadie le dio importancia porque suponían que era producto de un delirio. Había repetido una y otra vez, casi cincuenta veces la misma frase hasta que se desmayo en la camilla…”Soy electricista…soy electricista…soy electricista…”


Cuento-autor: David Fernández

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